jueves, 9 de septiembre de 2010

Regalando aliento

 El hermoso día se notaba en su cara plácida. Él; un anciano andando en bicicleta que venía en mi dirección. No se agarraba del manubrio; tenía los labios cerrados en perfecta armonía, los ojos entre abiertos; como quién mira a través de las pestañas el éter del cielo, la cara plana sin arrugas; parecía no haberse enterado del paso del tiempo. Cuanto más se acercaba, más abría su boca. Me pareció tan graciosa su actitud y tan injusto que yo siendo más joven me haga cargo de la existencia, cuando a él parecía no interesarle. Al tenerlo ya a mi lado, tuve el impulso de llenarme los pulmones de aire, pegar un salto y soplar dentro de su boca. Lo despabilé. Él abrió sus ojos, me asusté y seguí caminando por la silenciosa calle.

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